Todos estos años venimos considerando un rasgo de la espiritualidad menesiana en los lemas anuales que proponemos. Este año no es la excepción. El rasgo que queremos resaltar es el amor a la Iglesia que JM tenía y que de una y mil manera buscó promover en sus Hermanos, en las Hijas de la Providencia, en los Sacerdotes de Saint Meen, en los lugares de misión, en su Parroquia y en la diócesis.
JM era un apasionado e inteligente enamorado de la Iglesia, en especial de la Iglesia particular: la Iglesia diocesana. Es allí donde se materializa la Iglesia universal, pues lo universal se vive en lo particular.
Es la Iglesia particular la que debe velar por el bien de sus hijos e hijas: por la formación de sus Sacerdotes, por una propuesta alternativa de educación, por las misiones, por quienes se prepararan para participar de la vida sacramental, por el anuncio explícito de la Buena Noticia, en una palabra es la responsable de alentar la vida de Dios en cada uno de sus miembros, sin esperar que desde fuera lo hagan otros.
El Espíritu fue cultivando en Juan María, a través de diferentes experiencias, una rica sensibilidad espiritual, la cual le permitió leer las provocaciones de Dios que le venían de la realidad. Juan supo hacerse cargo de las necesidades de la Iglesia local que venían expresadas en las súplicas de las familias, en los gritos silenciosos de los jóvenes y niños, en la pobre formación de los maestros, en el estilo de educación que se viene, etc. Es allí donde Dios suscitó el carisma menesiano.
Es en la Iglesia particular donde Dios suscita los carismas para responder a las necesidades de los hombres y mujeres. Es en una Iglesia particular, la bretona, donde Dios suscitó en carisma de JM. Un carisma que busca hacer presente a Jesús Maestro y Pastor en medio de los niños y jóvenes a través de la educación cristiana. Es el mismo Juan quien dirá que “no hay vocación más preciosa que la de ustedes en este tiempo, porque la Iglesia no necesita de Sacerdotes sino de piadosos educadores de la juventud”.
También nosotros, hoy, estamos llamados a vivir el mismo proceso carismático: dejarnos educar por el Espíritu, para percibir las llamadas que Dios nos dirige en la realidad de los niños y jóvenes y dar las respuestas pertinentes, porque de lo contrario corremos el riesgo de dar respuestas a preguntas que nadie se hace.
Esta concepción de Iglesia que tiene JM hace que él se preocupe casi exclusivamente por las necesidades de su diócesis y no se plantee salir de ella, incluso ante la insistencia de algún Obispo. Su respuesta era “envíeme algunos jóvenes para que les forme y luego encare usted la obra en su lugar”. Sólo sale de su Bretaña cuando descubre un llamamiento de Dios en la voz del ministro de Marina, Rosamel, cuando este le pide Hermanos para las Antillas.
El amor por la Iglesia debiera llevarnos a “sentir vivamente sus males, afligirnos con sus derrotas, alegrarnos con sus victorias, (…) lo que la aman sufren cuando ella sufre, lloran cuando llora, se alegran cuando está alegre, porque no tienen más que un solo corazón y una sola alma”.
Y continua diciendo Juan: “¡Nosotros, amemos la Iglesia! Si este amor es tan vivo como puro nos preservará, sea dicho de paso, de un defecto muy común entre los sacerdotes, y del que las congregaciones religiosas no están exentas. Quiero hablar de la esa miserable envidia que es la fuente de tantos males y que impide tantos bienes. Uno no está contento más que con lo que él hace. No se aprueba, no se alaba más que lo que es hecho por el cuerpo al que se pertenece. Nos entristecemos por el éxito de los otros, y a veces incluso se llega a ponerles obstáculos, porque se les ve como rivales y contrincantes a aquellos que deberíamos ver como colaboradores y hermanos”.
Y vuelve a insistir con el objeto de que abramos cabeza y corazón: “Pensemos de modo diferente, tengamos un corazón verdaderamente católico. Que todos aquellos que como nosotros trabajan en extender y agrandar el patrimonio y el reino de Jesucristo nos sean siempre muy queridos. Interesémonos por sus obras y por sus trabajos tanto como por los nuestros. Reconozcamos todos los servicios que hacen a nuestra madre. Y si tienen la suerte de hacerles más grandes que nosotros, en vez de entristecernos, bendigamos a Dios y pidámosle que multiplique por cien a estos obreros llenos de celo. Pidámosle como Moisés que envíe a aquellos que debe enviar, seamos nosotros u otros importa poco con tal que la verdad se extienda, brille, ilumine a todos los espíritus y que la Iglesia sea exaltada”.
El lema 2010 nos invita construir Iglesia tejiendo lazos, o lo que es lo mismo, a tejer lazos para construir Iglesia. Tejiendo lazos construimos Iglesia, reza el lema. La construcción de la Iglesia es artesanal, se la hace tejiendo, poniendo la calidez y sencillez de cada uno, no es una obra en serie, es una labor hecha con cuidado, con cariño maternal, que contiene lo frágil del hilo solo y lo fuerte de la trama.
Todos estamos invitados a tejer para construir, cada uno desde su lugar, desde su poca o mucha fe, desde dentro o fuera, desde la realidad que lo habita. No hay requisito para participar de esta artesanal obra, sólo que quieras hacerlo. Eso sí, se teje junto a otros. Cada uno no hace su obra. Juntos hacemos el mismo tejido. No son varios “cuadritos” que después se hilvanan y listo. No, es un único tapiz en el que todos estamos llamados a aportar nuestra peculiaridad, nuestro yo.
Los colores son distintos, las hebras son distintas, los estilos son distintos, pero la obra es única. La diversidad lejos de atentar contra la unidad, le da riqueza y variedad. El todo luce mucho más que las partes y las partes encuentran sentido en el todo.
El tejido nos habla de trama, de trama social, de historia compartida, de obra entre varios, de tarea de muchos, de algo que no se construye en la intimidad porque es público, de algo que es con otros, de vida comunitaria, porque eso es la Iglesia: una comunidad de comunidades al servicio del Reino.
Es con y en la Iglesia local, con quien estamos llamados a estar en estrecha comunión, con quien tejer lazos de vida, lazos de pertenencia y de “apoyo mutuo para ir a Dios y realizar su obra cada día”.
Esta realidad nos invita a una apuesta por el otro, a la confianza que trasciende las certezas y pone de relieve la aventura de sentirse en manos de otro y también nos abre a la responsabilidad de saber que otros se ponen en nuestras manos, con el compromiso que eso conlleva.
La invitación a tejer lazos tiene sentido en las palabras siguientes. No tejemos lazos para pasarla bien, para sentirnos bien haciendo algo por los demás, para disfrutar de la tarea compartida, sino para construir Iglesia. Tejemos lazos para construir Iglesia, para hacer que la Iglesia crezca, para hacer que la Iglesia sea la Iglesia de Jesús, para que la Iglesia esa cada vez más signo visible de unidad y de comunión, para que la Iglesia viva cada vez más volcada al Reino, para que la Iglesia sea la Iglesia que soñó Jesús, para que la Iglesia sea la comunidad de los creyentes, Pueblo de Dios, que peregrinan en estas tierras, para que la Iglesia opte audazmente por los últimos, por los analfabetos (en diversos lenguajes), pobres entre los pobres.
Al hablar de la Iglesia se nos abre un inmenso abanico de preguntas, nociones, concepciones, sentires, posturas, miradas, etc. Es clave en este ítems que definamos claramente en qué Iglesia creemos, cuál es la Iglesia que juntos queremos construir tejiendo lazos, qué Iglesia queremos construir y qué Iglesia no queremos, en qué Iglesia creemos y en qué Iglesia no. El vaticano II nos da claves precisas y sería conveniente que trabajemos con y desde ellas.
Suscitar el amor por la Iglesia, como insistía JM, en nosotros y en los demás es un desafío grande. No siempre nos duelen sus males ni nos alegramos con sus triunfos; somos más bien indiferentes y esta actitud no es constructiva, pues no hay peor realidad que la indiferencia de los hijos.
Cuando se ama lo que se construye, se construye con amor. Amemos la Iglesia y tejeremos lazos que nos hagan hacer experiencia de Iglesia comunión en cada porción de Reino donde nos toque desplegar nuestras vidas para un mejor servicio a los niños y jóvenes.
Que la vida nos sorprenda tejiendo lazos, lazos de vida, lazos de paz, lazos de fraternidad, lazos de confianza, lazos de autonomía, porque es tejiendo lazos como construimos Iglesia, la Iglesia que somos y estamos llamados a ser, la Iglesia que soñó el Vaticano II, la Iglesia que amó y defendió JM, la Iglesia por la cual entregó su vida, la Iglesia que fue uno de sus amores dilectos, la Iglesia que está al servicio del Reino para que el designio de Salvación de los más pequeños se haga realidad.
Observamos un tapiz en el cual están entretejidos diferentes rostros. Un tapiz sin terminar, un tapiz que se está armando, un tapiz colorido, vital, un tapiz en el que, sin lugar a dudas, resaltan los rostros que en el están.
El fondo del tapiz, es común para todos los rostros, es un único tapiz con diferentes rostros. Es una Iglesia con diferentes miembros, historias, realidades, situaciones. Una es ella, muchos nosotros, que sin embargo formamos un único pueblo que peregrina por tierras gauchas y charrúas.
El tapiz es la trama social, comunitaria, histórica en la cual la Iglesia va creciendo, va inscribiendo (entretejiendo) a sus hijos e hijas. La Iglesia no es independiente del espacio-tiempo en el cual transitamos. Es divina y es humana. Es madre y es maestra. Sos vos y soy yo. Es un nosotros que se construye tejiendo lazos de confianza y de pertenencia. Es comunidad que se constituye gracias al aporte artesanal de cada uno y el de todos, esté en la situación en que esté, porque Jesús no vino a excluir sino a incluir a los que estaban fuera de la trama de la vida por diversas razones, ya sociales, ya religiosas, ya legales.
El D+S hoy está presente de una forma diferente en el logo. Está formando parte de la misma invitación a tejer lazos. El tejer lazos se hace en clave de Dios Solo. Es el Dios Solo de JM quien nos enseña a tejer lazos que construyen Iglesia, porque no todos los lazos son constructivos. Tejer con las agujas del Dios Solo es una garantía de hacer las cosas según los planes de la Providencia. El Dios Solo no puede estar ausente de nuestra trama comunitaria, de los lazos que nos unen y nos significan. Quien teje bajo la mirada de Dios Solo tiene la seguridad de hacer y ser Iglesia.
Hno Benito
“Poco importa donde se haga el bien con tal de que se haga; no debemos desear más que eso.” (11.32)
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