El lema de este año no es una invitación a vivir una actitud, no es un llamado a realizar algo, no es un desafío a construir, sino una declaración de identidad, una certeza que anima a caminar, una verdad que descansa en una persona, un regalo de Dios, porque la fe, en primer lugar, y en segundo también, es un don gratuito del amor misericordioso de Dios.
En el año de la fe, no podíamos poner el acento en otra realidad que no sea la persona de Jesús. Ella es el núcleo duro de nuestra fe, no lo es una religión ni una institución, es una Persona y una Persona con la que se ha dado un encuentro, por iniciativa de él y no-oposición de nuestra parte.
El Papa Benedicto en Deus Caritas Est n° 1 nos recuerda que: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida…”. El encuentro con Jesús, cambia vidas, da horizontes nuevos, mueve los pies y las manos en clave de Reino, pone el corazón en sintonía con su proyecto, la inteligencia tras la verdad y la voluntad a rastrear su querer en el tiempo de los signos.
El documento de Aparecida, hablando de la evangelización, en el n° 29, expresa bellamente lo que puede significar Jesús para una persona: «Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo». ¿Lo creo y lo vivo así? ¿Es mi experiencia o tengo que bajar humildemente la frente y confesar que estoy más cerca de andar caminando tras una gran idea por decisión ética que de una Persona?
Creer en Jesús, no es desentendernos de los demás. Tiene consecuencias concretas en la vida, nos posiciona y nos desafía a dar frutos, porque como bien expresa Benedicto XVI en la encíclica Porta Fidei n° 14: “La fe sin la caridad no da fruto, y la caridad sin fe sería un sentimiento constantemente a merced de la duda. La fe y el amor se necesitan mutuamente…”. Podríamos decir, sin temor a equivocarnos, que el que cree ama y el que ama cree. La fe se encarna y el amor nos diviniza.
Creo en Ti, decíamos al comienzo, es una declaración de identidad. Soy cristiano, soy seguidor de Jesús, soy discípulo-misionero, soy en camino y en comunidad. Esta declaración atraviesa todas las páginas de nuestra vida, no nos deja indiferentes, como tampoco nos vacuna contra nada ni contra nadie, ni nos hace fáciles las cosas, ni nos evita las cruces, ni las crisis, ni los sufrimientos, sólo nos da, como si fuera poco, motivos para seguir caminando. Como magistralmente lo expresa Galeano, acerca de la utopía: «¿para qué sirve? Sólo para eso, pa’ caminar».
El logo tiene formato de libro en distintos planos. El primer libro, imagen del gran libro del cristiano: la Biblia. Allí en una de sus páginas vemos la expresión que nos animará durante este año: CREO EN TI y en la otra un rostro de Jesús.
Creo en Ti, es creer en el Dios que nos vino a revelar Jesús de Nazaret. El Dios de Jesús, contenido en la Biblia y narrado por la Palabra encarnada, es aún hoy escandalizante. Muchos decimos creer en Dios y ser cristianos, pero a la hora de darle contenido a esas realidades nos encontramos con diferencias muy grandes. No es suficiente decir creo en Ti, sin decir quién es él para mí y qué consecuencias prácticas tiene en la vida de cada día.
El segundo libro contiene dos letras, la D y la S. Letras que componen la divisa de los menesianos: Dios Solo. Este segundo libro no tiene existencia independiente del primero, se desprende de él y de él recibe el sentido. Este libro invita a leer al primero desde una óptica particular, la carismática, es decir, desde el mundo de los niños y jóvenes. Si lo pudiéramos seguir hojeando nos encontraríamos con otras frases como:
También aparece un tercer libro, sin letras, sin escritura, en blanco, pequeñito, pero no por ello menos importante. Es el libro en el que escribirás cómo vas a vivir, en el día a día, el lema.
El primer libro es claro y uno para todos, aunque no todos leamos lo mismo en él. El segundo libro hace una lectura del primer gran libro, una lectura al estilo de JMLM. Y el tercero eres tú. Los tres libros son un intento de lectura de la realidad y de respuesta ante la misma. Toda lectura implica un posicionamiento, un desde dónde y a favor de quiénes. En este año que el Señor te regala: ¿Qué lectura quieres hacer? ¿Desde dónde quieres leer la realidad? ¿Desde dónde la hizo Jesús y JMLM, los últimos?
También vemos una vela encendida. No es una vela cualquiera. Tiene un fuerte parecido a esa que se enciende el sábado Santo en la vigilia y en un fuego de verdad… Sí, es el cirio pascual que nos recuerda que Jesús ha resucitado, que no ha quedado atrapado por los lazos de la muerte, sino que el amor venció. Luz que nos habla de vida, de vida entregada, de vida con sentido, de vida acompasada por la Palabra y no al margen de ella.
Por último vemos una Cruz. Una cruz que atraviesa todos los libros. Una cruz que es la que hilvana todas y cada una de las hojas de los distintos libros: del Gran libro, del libro al estilo menesiano y de tu libro. La cruz es una realidad presente en la historia. Todos podemos dar testimonio de ello. Pero, qué llevadera se hace cuando es consecuencia de las opciones evangélicas, no de cualquieras, que fuimos haciendo y hacemos al estilo de Jesús. Al que se pone de lado de los últimos, inevitablemente, la cruz lo acompañará, y sino mira la vida de Jesús, de JMLM, de Monseñor Romero y Angeleli, del Padre Cacho (Isidro Alonso), de Jacinto Vera, de Domingo de Tacuarembó, entre tantos…
Cuando mirábamos el logo expresábamos que era una serie de libros en distintos planos y que el primer gran libro era la Palabra. Allí tenemos que beber, una y otra vez, los que nos decimos cristianos y también los menesianos, pues de lo contrario corremos el riesgo de deformar la imagen del Dios que nos vino a revelar Jesús. Juan María expresa que: «Sin duda, querido amigo, para conocer bien a Jesucristo es necesario sondear bien las Escrituras, es Él mismo quien nos ha dado este consejo. Es necesario leer y releer, con alma ardiente de fe y amor, el divino evangelio del discípulo amado. Cada palabra debe ser meditada, gustada, saboreada con delicia…» (Antología 145) y dándole a la Palabra el lugar que le corresponde, afirma: «No deberíamos temer menos no aprovechar de su palabra que profanar su mismo cuerpo.» (A. 137)
Juan María tiene vitalmente claro que creer en Dios implica que este sea el fundamento de la existencia y nos invita a vivirlo así: “Apoyémonos sólo en Dios, no nos apeguemos más que a Dios solo, no deseemos más que el cumplimiento de su voluntad siempre santa, siempre justa, siempre misericordiosa” (A. 40). El que se apoya en él anda como el anduvo: haciendo el bien.
Pero también Juan sabe de nuestras «agachadas», de nuestras búsquedas desviadas, pues se conoce muy bien y conoce la naturaleza humana: “¡Oh! ¿Cuándo será que no tengamos otro apoyo que Dios solo? ¿Cuándo este gran Dios será todo, absolutamente todo para nosotros? Somos pobres enfermos, vamos a apagar nuestra sed en los riachuelos de las criaturas, mientras tenemos delante de nosotros un gran océano, el único capaz de apagar, en la abundancia infinita de sus aguas, la sed que nos atormenta” (A. 215)
El que se confiesa creyente en Jesús busca ser coherente con su fe, hacer la obra que él hizo, con la plena confianza que esta no depende de sus fuerzas. Y Juan era consciente de ello: «La obra de Dios no depende de tal o de cual hombre, no depende más que de Dios y debemos poner en Él toda nuestra confianza. Tengamos fe y no nos dejemos turbar por vanos miedos» (1.24).
Creer en Jesús es adherir a la Persona, a su proyecto, a sus amistades, andar como él anduvo, vivir como él vivió, amar lo que él amó, jugársela por los que él se jugó, en una palabra es hacer propio el querer de su Padre Dios, como bien lo expresa Juan María: «Dios mío, que tu voluntad sea siempre la mía. No tengo más que un solo deseo: no oponer jamás la menor resistencia a lo que pidas de mí. Me entrego a Ti completamente, haz lo que quieras de esta pobre criatura» (A. 42-43).
Vivir la fe es vivir como Jesús y vivir de la fe es vivir de Jesús. Hagamos de este 2013 un intento de vivir como y de Jesús.
Hno. Benito, Provincial
“Estar en medio de estos queridos niños, es habitar ya con los ángeles.” (Carta del 21 febrero 1835. ATC II p. 159)
|| Provincia Inmaculada Concepción - Hermanos Menensianos en Argentina y Uruguay | HTML5 | KICKSTART + WordPress ||