Este lema, como los dos anteriores, se encuadran en el trienio preparatorio del bicentenario de la Congregación. En el 2017 pusimos el acento en descubrir las huellas de Jesús en nuestra historia, en el 2018 hicimos foco en el llamado de Jesús a seguirlo y la respuesta que estamos invitados a dar y este año la mirada está puesta en el envío, en sabernos enviados por Dios a seguir haciendo historia en clave menesiana al servicio de los más pequeños a través de la educación cristiana.
Observamos una flor, un panadero, un diente de león en su última etapa del proceso, de color azulgrisáceo, después de crecer, florecer, cerrarse y empezar a madurar para volver a abrirse y dejarse llevar.
Se desprenden, gracias a la acción de viento, semillas de múltiples colores, que envueltas en el 200 aniversario de la fundación de la Congregación, vuelan donde Él las lleve.
La idea de espiral que provoca el 200, orienta la concepción de historia. Esta no es lineal, ni ascendente o descendente. La espiral da cuenta de las idas y vueltas, las vueltas y revueltas de la vida de los pueblos, ningún periodo tiene la última palabra, ningún periodo es el definitivo, estamos en camino y tu aporte, como parte de esta historia, eres tú.
El tallo de la planta simula una cruz y el Dios Sólo aparece como dos hojas. El suelo sobre el cual se arraiga esta planta es el mundo, lugar donde los menesianos sumamos nuestro granito de arena a la construcción de la historia en clave de fe. Es un tallo firme y a la vez flexible, adaptado al soplo del Espíritu, no rígido, es decir ni sordo y ni ciego; moldeado por el Espíritu y por la realidad.
También se lee la frase: “YO LO ENVÍO, son parte de esta historia…”. Una frase con un peso significativo en la primera oración expresado por el tamaño de la letra como queriendo dejar claro que el que envía es Dios (Lc 10,3) y luego una segunda oración que afirma que somos parte de esta historia, de la historia de los menesianos, que no estamos afuera, y que nos invita, en consecuencia, a mirar el pasado con gratitud, a vivir el presente con pasión y a abrazar el futuro con esperanza, porque Dios es el Dios de la historia, un Dios de vivos y no de muertos.
Este lema tiene un claro sentido misionero. Es Dios quién nos envía al mundo para llevar la Buena Noticia de la salvación, no como salvadores ni mensaje de salvación, sino como instrumentos portadores de una palabra y un estilo de educación que libera de cuanta atadura padecen muchos niños y jóvenes de hoy.
Yo los envío, tiene la fuerza de mandato, de orden, es un imperativo. No nos mandamos, Él nos envía. Esto implica portar conciencia de enviados, la conciencia de estar haciendo el proyecto de Otro, la conciencia de ser instrumentos, la conciencia de ser colaboradores en la obra de Dios, la conciencia de ser un miembro más en el cuerpo y no el cuerpo.
Conciencia de enviado es la que tenía Jesús, el Hijo de Dios, y por eso vivió de cara a su Padre, mirando a su padre, haciendo lo que le veía hacer, haciéndose eco de su voluntad en las largas horas de oración y en diálogo con el pueblo.
También Juan María y Gabriel vivieron en esta sintonía y de igual modo muchos hermanos y laicos que nos precedieron, pues gracias a ellos estamos hoy haciendo memoria agradecida de estos 200 años, en los que el grano de mostaza sembrado por ellos, creció y se hizo un árbol que alberga a miles de familias y que al verlo no podemos más que decir: ¡He ahí el dedo de Dios!
Yo los envío a ustedes. No nos envía solos, nos envía junto a otros, como cuerpo, como cuerpo para la misión. Distintos, ni mejores ni peores. El mismo viento del Espíritu nos empuja a todos en misión. Es Él el que nos conduce, como condujo a Jesús al desierto.
“Yo los envío como a ovejas en medio de lobos”, dice Jesús en Lucas y “en el mundo tendrán que sufrir, pero no teman” (Jn 16,33). Que Él nos envié no significa que nos deje solos. La garantía de la misión es su presencia entre nosotros (Mt 28,20) y la confianza que pongamos en Él y no en nuestras cosas o capacidades (no lleven dinero, ni alforja, ni… Lc 10,4).
Esta historia es nuestra historia, así como fue la historia de muchísimos que nos precedieron, aquí o allá. La realidad Menesina no nació con nosotros. Nació del encuentro de dos ricas sensibilidades: una por la educación y otra por los pobres. Y es así que nos constituimos como una alternativa educativa a favor de los pequeños que habitaban los pueblos bretones.
Y luego vinieron muchos otros que propagaron la obra, la obra de Dios, se sumaron al proyecto y fueron continuadores, no sin la novedad que la fidelidad exige. Y en el hoy de la historia nos toca a nosotros ser protagonistas, los actores al servicio de los niños y jóvenes de hoy, que tanto necesitan de hombres y mujeres con conciencia de enviados, con conciencia de estar haciendo la obra de Dios, no su propia obra.
En estos tiempos de grandes cambios hay que mirar atrás para aprender, para anclar la propuesta presente y de futuro en un suelo firme y así avanzar con la mirada puesta en el proyecto de comunión de Jesús: la mesa redonda donde todos nos sabemos y sentimos hermanos, porque lo somos.
Los menesianos de hoy estamos invitados a hacer nuestro aporte a la historia, a esta historia, vos, yo, nosotros, todos. Cada uno desde su lugar, desde su recorrido de fe, desde su experiencia de Dios, desde su sensibilidad, está invitado a acrecentar esta historia, que es historia de salvación.
“Que todos se presten, para ir a Dios y cumplir su obra, mutuo apoyo.” (Regla de 1835)
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