El rasgo carismático menesiano propuesto para el año 2009 es la DISPONIBILIDAD. El mismo está estrechamente ligado al de la obediencia (a Dios, a los otros, a lo natural en uno, al mundo y a uno mismo).
Este lema tiene un carácter de respuesta a la invitación que se nos hiciera durante el año 2008, donde nos sentimos convocados a hacer algo en favor de los pequeños… Nos hicimos eco del llamado de Dios en la voz de muchos pequeños que necesitan pan y queremos poner nuestras manos al servicio de los que más nos necesitan.
La escucha aparece en primer lugar, como el primer paso y la actitud inicial fundamental en un menesiano. La escucha está relacionada estrechamente con la obediencia. Esta palabra está compuesta por “ob” que quiere decir inclinarse y de “audire”, que quiere decir oír. Entonces obediencia quiere decir etimológicamente inclinarse ante lo que se escucha, y esto recoge nuestra necesidad humana de escuchar a otros para crecer.
La escucha que nos hace crecer y nos humaniza es la que asume la autonomía y la libertad personal, el derecho y el deber de discernir por cuenta propia. Esta experiencia está lejos de la aceptación acrítica y ciega de las órdenes emanadas de la autoridad y de la renuncia a la experiencia de estar por completo a cargo de sí mismo, que es un requisito de la madurez personal.
Vivimos en un tiempo que necesita de las diferentes escuchas, pero tenemos que hacer cultura de ello. Generar cultura de la escucha es un desafío que tenemos en cualquier espacio escolar. En él a todos nos cuesta escuchar: a los alumnos, a los padres, a los educadores, a todos… La escuela es el reinado de la palabra, palabra que muchas veces nadie escucha, porque a nadie significa.
La palabra que no nace del silencio y de la escucha, es una palabra vacía, palabra que no engendra, palabra que no crea. La Palabra se hizo carne en el seno de María porque ella supo escuchar atentamente la voz de Dios y se dispuso a que el Espíritu Santo obrara según su voluntad.
La expresión manos dispuestas se puede vincular a Dios, a los otros, a lo natural en uno, al mundo y a uno mismo; y al estar en segundo lugar, queda como respuesta a lo escuchado. Habla de acción concreta y disponibilidad. Habla de un hombre, de una mujer, que escucha y que responde al llamado que descubrió.
El adjetivo atentos para oídos es clave, porque muchas veces no están atentos y sin embargo oyen. Manos dispuestas hace referencia al cuento contigo del año pasado y hoy necesitamos mucha disponibilidad para acompañar y dejarnos acompañar… a los niños, a los jóvenes, entre educadores, de los padres para con sus hijos, hermanos y laicos, etc.
El estar atentos a escuchar a Dios a través de los niños y jóvenes y también a los compañeros de trabajo, es una linda invitación. La escucha atenta no nos deja indiferentes, pone nuestros pies y manos en movimiento y nos lleva a ejecutar lo que se nos va presentando en el camino y en el trabajo de cada día. Oídos y manos deben ser como las hojas de la tijera, la una sin la otra no encuentra sentido.
Observamos la silueta de dos personas con trazos simples y “a la misma altura” centradas la una en la otra, compenetradas de la situación. Una de las personas -la de color anaranjado- está hablando y la otra escuchando, con “oídos atentos”. Una habla y la otra escucha, aunque ambas tienen la capacidad de escuchar atentamente. Las «manos dispuestas» es una actitud recíproca.
El estar a la misma altura está intentando representar que el tener “oídos atentos y manos dispuestas” al otro no es tarea, únicamente, de los mayores, adultos, profesores, padres, etc. sino que es algo recíproco y en condición de “pares”. Nos escuchamos y nos tendemos la mano “desde la misma altura”, desde el lugar que nos humaniza a todos.
Ambas personas se encuentran a la misma altura, a la misma altura, también, ante Dios -realidad que los trasciende- a quien deben escuchar atentamente para poder escucharse a sí mismo, escucharlo al otro y escuchar al mundo y lo natural en uno. La apertura a lo trascendente nos capacita para inclinarnos, con cierta reverencia, ante lo que se escucha.
El diálogo con el otro se da desde lo que soy, desde mi historia, mi vida, mi situación actual. Es una escucha y una palabra compartida desde la encarnación misma. Las identidades no se difuminan por tener y vivir con los oídos atentos y las manos dispuestas. En cambio nos hacen más nosotros mismos, nos humanizan más, nos hacen más parecidos a Jesús, que siempre fue obediente a los designios providentes de su Padre.
El texto está presentado en una tipografía informal, con un aire juvenil y multicolor, intentando sugerir que los destinatarios del mensaje somos todos, más allá de las diferencias que podamos tener.
El trazo verde que cierra el logotipo por arriba y por la derecha está interrumpido por una especie de haces que vienen “de arriba”. Esto representa la voz del Padre a sus hijos, la cual llega hasta nosotros en su Palabra, en los hermanos, en los acontecimientos, en los signos de los tiempos y de manera especial en los niños y en los jóvenes que nos son confiados.
Cerrando por debajo y por la izquierda, en violeta, observamos la divisa Dios Solo y menesianos 2009. La vivencia de la primacía de Dios nos lleva vivir la fraternidad como el camino que nos enlaza y nos hace hermanos de todos los hombres y mujeres de buena voluntad.
El Dios de los cristianos es un Dios encarnado en la historia de su pueblo, un Dios que oye, ve, se conmueve y actúa ante las situaciones de injusticia sufridas por su pueblo (Ex 3, 7). Un Dios siempre atento a la súplica de sus servidores (2 Re 20, 5) y en especial de los anawin (Sal 10, 17).
Este Dios está atento a que sus servidores, los profetas, tengan bien abiertos sus oídos para que puedan inclinarse con reverencia a lo que escuchan (Is 50, 5) y puedan comunicar con fidelidad su palabra al pueblo. En algunos momentos es él mismo quien toma la iniciativa de cambiar el corazón y los oídos de su pueblo, porque el corazón está como piedra y los oídos incapacitados para escuchar (Bar 2, 31). Dios no se queda con los brazos cruzados mirando el acontecer de su pueblo, se involucra y compromete con él.
Jesús tiene la misma preocupación que su Padre, no puede contenerse ante quien no puede comunicarse porque está incapacitado para escuchar (Mc 7, 35), sólo el que escucha puede comunicar algo. Es más, llama dichosos a los oyen (Mt 13, 16), a los que son capaces de inclinarse ante lo que escuchan.
También la Palabra no deja de darnos claves de vida en las relaciones con los demás, tantas veces dañadas por el uso y abuso de la palabra que hiere, lastima, genera rencillas, etc. “¿Has oído algo? Entiérralo dentro de ti; ¡ánimo, que eso no te hará reventar!” (Cf. Ecle 19, 10). Pero también la Palabra es clara ante quien se hace el sordo al grito del afligido, cuando llame no se le responderá (Cf. Prov 21, 13).
El Dios de Jesús siempre tiene sus oídos atentos a las súplicas de sus fieles y las manos tendidas y los pies en movimiento para involucrarse en la historia de su pueblo.
Juan María, a semejanza de Jesús, tuvo sus oídos atentos a los gritos de los niños y jóvenes y de tantos padres que suplicaban por la situación de desescolarización que vivían. No fue sordo a estos llamados, en los que percibió la voz de Dios, sino que tendió sus manos y se hizo ayudar de otros para llevar a cabo la obra. Juan comprometió sus manos y su vida en el proyecto de hacer Reino por medio de la educación de los niños y jóvenes de su Francia querida, y especialmente en los márgenes, allí donde otros no llegaban.
El escuchar bien es esencial, para poder dar las respuestas más acertadas a la situación. Quien escucha mal seguramente equivocará su respuesta. Escuchar bien implica un proceso de discernimiento, una tarea. El oído se educa y las manos se entrenan.
La apertura a la trascendencia capacita para escuchar, escucharnos y escucharse. Juan María nos expresa lo siguiente al respecto:
«Escuchen con un espíritu libre de toda preocupación las advertencias caritativas que les serán dadas y sobre todo esa palabra interior y vivificante que no hace ruido en el fondo de nuestros corazones pero que se volverá el último día contra aquél que no la haya escuchado. Digan a Dios: Señor estoy a tus pies como un niño pequeño que espera tus órdenes, no quiero ni deseo nada más que lo que me pidas para tu mayor gloria. Habla Señor y obedeceré sin dudar, sin lamentarme, con alegría y con amor»(S VII p. 2210)
Ahora bien, Dios no se dirige a nosotros, sino por mediaciones: su Palabra, nuestros hermanos, los niños y los jóvenes, los signos de los tiempos, etc. Es allí donde debemos escuchar a Dios y discernir responsablemente las llamadas que percibimos y actuar en consecuencia, poniendo nuestras manos en sus manos para hacer Reino allí donde el Señor nos llame y a lo que nos llame.
Jesús se encarnó de una vez para siempre, por ello las mediaciones no son una opción, sino una condición necesaria. Necesitamos escuchar a otros para crecer. Juan María tiene conciencia clara de ello:
«Estarán expuestos a la misma desgracia si por una cierta ilusión se imaginan que Dios les hará conocer directamente y sin intermediarios sus designios sobre su alma. Nada hay más contrario al orden ordinario de la providencia y habría por parte de ustedes una presunción, suponiendo que haría con ustedes lo que no ha hecho casi nunca con nadie; ninguna duda sin embargo, que a ejemplo del rey profeta no deban escuchar lo que el Señor dice en ustedes; pero tengan cuidado con confundir la voz de Dios con la de sus deseos; y afín de discernir la una de la otra, recen mucho y sométanse al juicio de aquéllos que tienen la gracia para distinguir las impresiones que vienen del cielo de las impresiones que son producidas por el espíritu de mentira que se transforma, a menudo, en ángel de luz para seducirlos»(S VII p.2286)
El acompañamiento personal tiene pleno sentido en este encuadre. Necesitamos escuchar a otros para crecer y para objetivarnos en nuestras búsquedas, para no confundir lo que viene de Dios con lo que viene del padre de la mentira, para no confundir nuestros deseos con la voz de Dios, etc. Todos estamos expuestos a estas realidades, pero todos tenemos la posibilidad de contar con otros que nos ayuden.
Decíamos que la voz de Dios viene mediada. Mediada según Juan María, en su Palabra, en los hermanos y la conciencia personal. Para asumirla es necesario recogerse profundamente:
«Estén más atentos que nunca a la divina palabra que les será anunciada desde lo alto de este púlpito y también a esta palabra interior que golpea los oídos del alma y penetra hasta el fondo más íntimo; recójanse profundamente y escuchen bien lo que Dios les dirá por la voz de sus ministros y por la de su conciencia»(S VII p. 2207)
Juan María también nos advierte sobre la actitud de presunción, que a veces, algunos asumen, ya ante Dios, ya ante los demás; esta no es una buena consejera, nos podremos ver privados de las luces divinas.
¿Por qué Dios va a derramar sus luces sobre almas cerradas, que no sienten la necesidad de ellas, y que llenos de una presuntuosa confianza en sus propios pensamientos, están decididos de antemano a no escuchar y a no seguir otros?»(S VII p. 2219)
En cambio, cuando la persona asume la actitud de confianza y docilidad ante los designios de Dios es capaz de gustarlos y bendecir al Dios providente por ellos:
«El alma que dócil y flexible en las manos de Dios, que no se resiste a las inspiraciones de su gracia, que cree que es El quien dirige a los hombres y sus consejos, este alma, digo, lejos de irritarse por la contradicción y de estar dolorosamente agitada por continuos movimientos de impaciencia y despecho, gusta una paz que nada altera y siempre bendice, adora con una delectable alegría y un tierno amor los designios de la Providencia sobre ella» (M. 119)
La confianza de Juan María en el Dios providente, que piensa pensamiento de amor sobre sus pobres criaturas, lo llevan a invitarnos a:
«Dejémonos devorar por la Providencia; seríamos indignos de secundarla si no ponemos nuestra voluntad enteramente en la suya, sin conservar nada de la nuestra» (Carta al Hno Policarpo 18-11-1837)
Dejarnos devorar por la Providencia es entrar en su orden, es escuchar atentamente sus deseos, es secundarlos, es poner nuestra vida en consonancia con él, es poner nuestras manos dispuestas en sus manos, es vivir en actitud de disponibilidad y obediencia al querer de Dios.
Juan María actuó en consonancia con las llamadas que percibió en los gritos de muchos niños y jóvenes que pedían pan y no tenían quién se los partiera. La respuesta de Juan se materializó en fundación de escuelas al servicio de los más pequeños como una alternativa válida ante la oferta del Estado, la cual era evaluada como deficiente por no atender al hombre todo.
Hoy, en nosotros, vuelve a resonar con fuerza la invitación a tener lo oídos atentos a los clamores de Dios en la voz de muchos niños y jóvenes que gritan en nuestros centros y en su entorno y a poner nuestras manos en actitud de servicio, haciéndonos eco de los gestos y obras de nuestro modelo Jesús: “Yo no viene a ser servido sino a servir” (Mt 20,28).
Vivamos el 2009 con las manos dispuestas, dispuestas a servir, a saludar, a estrecharlas, a entregarlas, a embarrarlas, a comprometerlas en la masa de los niños y jóvenes, a tenderlas donde veo una necesidad que me convoca, a abrazar a aquellos que nadie contiene, a elevar a aquellos que están por el suelo en su valía personal, a…, porque primero no hemos inclinado para escuchar con atención las voces de Dios en las voces de muchos de ellos.
Que al cierre del año podamos decir… “mis manos están llenas de rostros porque supe escuchar llamadas”.
Hno Benito
“Estar en medio de estos queridos niños, es habitar ya con los ángeles.” (Carta del 21 febrero 1835. ATC II p. 159)
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