El lema que nos convocó a los menesianos que peregrinamos en el Cono Sur durante el 2020 fue LLAMADOS A ALGO GRANDE, ¡y vaya que si fuimos llamados a algo grande! No solo llamados, sino desafiados.
El año inició con voces que nos alertaban de lo que estaba pasando en China y los primeros contagios en Europa y EEUU, pero nosotros estábamos aquí y eso sucedía allá lejos y parecía que no era tan grave, nos decían.
El ciclo lectivo inició sin muchos sobresaltos en nuestro contexto, pero a los pocos días la cuarentena decretada nos DESAFIÓ A LO GRANDE. Primero nos costó dimensionar de qué se trataba, qué consecuencias tendría, qué implicancias para la escuela y en ella para los distintos actores, y empezamos a diseñar respuestas nuevas.
Ahora bien, todos tuvimos que elaborar nuevas respuestas. Vos en tu casa, tú en tu trabajo, ella en la empresa, él en el deporte, y nosotros en la escuela y desde el ámbito educativo. Todos nos vimos obligados a imaginar nuevas estrategias para convivir sanamente y continuar trabajando y sirviendo de la mejor manera, cuando esa posibilidad existía.
Todos nos vimos desafiados a lo grande. Nos vimos desafiados los grandes y los pequeños, los abuelos y los nietos, los educadores y los estudiantes, todos, sin excepción.
Nos vimos desafiados, en primer lugar, a cuidarnos para cuidar y cuántos esfuerzos hemos realizado como ciudadanos en pro de ello. No ha sido inútil, aunque no puedas ver y dimensionar los resultados, porque la meta es el mismo camino que juntos venimos haciendo.
Nos vimos desafiados a reinventarnos. Las respuestas que dábamos hasta ayer ya no eran válidas, requerían otro formato. Y la creatividad humana, que nos caracteriza como seres libres, explotó por los aires y comenzamos a imaginar cientos de caminos y respuestas para seguir andando nomás.
A más de uno esa experiencia nos llenó de gozo, nos sentimos vivos, amados a lo grande y en consecuencia, llamados a algo grande. No todo estaba perdido. Algo nuevo estaba naciendo y lo notábamos, aunque nadie nos evitó los dolores de parto. Y cierto es que no hay partos sin pérdidas.
Y más que nunca nos percibimos interconectados e interrelacionados entre nosotros, con el mundo, con la naturaleza y en la misma Casa común. El pequeño virus nos obligó a guardarnos y los animales ampliaron sus recorridos, el aire se purificó, el Himalaya se dejó ver, el ritmo de las estaciones fue más preciso, la creación respiró porque la contaminación cedió…
Somos creaturas interconectadas y estamos en un punto favorable para un cambio de mirada y de conducta para con nuestra Casa común y nuestros próximos. O cambiamos reconociéndonos cuidadores de la Casa y no dueños y señores con actitudes abusivas para con el ‘hogar grande’ y artesanos de fraternidad entre nosotros o ‘seguiremos avanzando hacia el colapso de nuestro planeta, hacia la 6ta extinción masiva’, nos decía el cordobés Federico Kopla.
El cambio exige cierta premura, lo vivido debe aguijonearnos en defensa de la Casa común y de los hermanos y hermanas que más sufren y que son muchísimos. Las brechas socio-culturales y económicas han quedado al descubierto. El llamado es grande y la respuesta no debe hacerse esperar, pues puede ser tarde.
La lucha es socio-ambiental y debe ser colectiva, si queremos que dé frutos y frutos en abundancia. No podemos seguir esperando que otros empiecen. El cambio empieza por mí, empieza por ti. Tomémoslo en serio.
La Casa común es mi casa, es nuestra casa, es la casa de todos. Si la cuidamos ella nos cuidará. De lo contrario, ya sabemos y vamos camino a ello.
Aquí no habrá superhéroes, sino hermanos y hermanas que codo a codo se sientan artesanos de una arquitectura nueva de relaciones con la creación y con los prójimos que la habitan.
Entiendo que será así como lo vivido y sufrido, lo parido y aprendido, lo acompañado y soltado, lo callado y gritado, lo rumiado y aguantado en este año no habrá sido en vano, ni para ti ni para mí.
Hno Benito, Visitador